lunes, 28 de enero de 2008

Tengo que volver



Estar en El Salvador fue de lo mejor que me pasó en el 2007. No lo sé explicar bien, pero fue como un volver a casa... un "deja vu", dirían los entendidos.

Mucha gente me dice que es porque es muy parecido a Costa Rica. Yo no estoy tan segura. Creo que el parecido es solo físico porque yo vi y leí gestos, señales y signos que no se parecen en nada a lo que nosotros tenemos... o no tenemos.

Lo único que sé con certeza es que tengo que volver pronto. Me quedó en el corazón una especie de ansiedad o más bien una certeza de que necesito estar allá, pararme frente a la catedral de San Salvador, conocer Izalco, escuchar a M contarme más sobre Eugenia y las veces que se la topó en plena faena...

Todo esto me viene a la mente hoy que me topo con esta nota sobre un hecho que se conmemora cada enero en aquellas tierras...


El Salvador: ancianos de Izalco recuerdan masacre de miles de indígenas en 1932

Izalco (El Salvador), 23 enero 2005 (EFE).- Los ancianos de la ciudad de Izalco recuerdan después de 73 años la masacre de miles de indígenas salvadoreños ordenada por el gobierno militar en 1932.

Por Lauri García Dueñas

En Izalco, en el departamento occidental de Sonsonate, a 65 kilómetros de la capital, los rasgos indígenas y el acento particular de la lengua "nahuatl" son también testigos de un pasado remoto que se niega a desaparecer.
La matanza fue perpetrada durante varios días de enero de 1932 por las fuerzas militares del gobierno del general Maximiliano Hernández Martínez, quien persiguió a los indígenas por organizarse en el Partido Comunista y hacer reivindicaciones sociales.
En la masacre, que se conmemora cada 22 de enero, murieron unos 30.000 indígenas, según datos históricos.
"No somos como el garrobo (reptil parecido a la iguana), que le sale una cola cuando se la cortan; la vida se nos va para siempre y entonces nosotros tenemos que aprender a vivir", dijo Ramón Esquina, de 92 años, indígena sobreviviente de la matanza, quien ayer, sábado, dio su testimonio en los actos de conmemoración de la masacre.
Cristina Ramírez, de 93 años, con su rostro moreno lleno de arrugas, recordó cómo se resistió ante la prohibición del gobierno de Hernández Martínez (1931-1944) de usar el típico vestido indígena de las mujeres: el refajo.
Doña Cristina no renunció a este atuendo: todavía viste la falda tejida de hilo de vivos colores y la camisa de manta, y un lazo que le sujeta sus abundantes canas.
"Yo regresaba de Guatemala cuando todo pasó y mis amigas me decían que no usara el refajo porque me iban a matar; hasta una de ellas se ofreció a acompañarme a comprar un vestido, yo le dije que iba a ir yo sola a comprarlo, pero en mi mente me decía a mí misma que yo no le debía nada a nadie", dijo la anciana.
Sus palabras fluyeron con facilidad a pesar de la edad: "en ese entonces nadie pateaba la calle, no se miraban hombres, los mataron a todos; a otros, pobres, se los llevaron capturados".
"Otra amiga me contó que sus hijos estaban ahí, nada más almorzando, llegaron los soldados y `pan`, !pan! los mataron sin preguntar nada", comentó.
Ramírez aseguró que muchos cadáveres fueron quemados por los militares.
Hijilio Marciano Ama, de 92 años, hermano del líder indígena Feliciano Ama, recordó los hechos de 1932 con un poco de turbación, hasta que alcanzó a pronunciar: "`todos se murieron!".
Feliciano Ama nació en 1881 y murió linchado por un grupo de ladinos pro gubernamentales, pero luego fue colgado de un árbol con un lazo para dar la impresión de que había muerto ahorcado, el 28 de enero de 1932.
El Museo de la Palabra y la Imagen, uno de los organizadores de los actos conmemorativos, montó en Izalco una instalación con fotos de la época, que muestran decenas de cadáveres de hombres apilados en las calles de piedra.
En el jardín de lo que fue el campanario de la iglesia del pueblo, decenas de indígenas recordaron ayer a sus antepasados con una ceremonia de fuego y tambores. Al fondo, un montón de flores se apilaban bajo un altar en honor de Feliciano Ama.
En una pared de la calle principal de Izalco una pintada en letras negras estaba fresca: "`Feliciano Ama vive!".
En esa calle creció Ricardo Armando Rodríguez, de 64 años, quien aseguró que cuando tenía diez años, debido a una nueva construcción, cerca de la iglesia fueron encontradas muchas osamentas.
Su vecino, Alejandro González, de 75 años, no recordó con exactitud cómo ocurrió la matanza, pero lamentó que ahora no le enseñen a los niños en la escuela lo que sucedió.
A las autoridades "no les interesa", susurró.
- EFE

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